G.I. GURDJIEFF
Pocos instantes después se presentó el capitán y, después de ejecutar todas las ceremonias adecuadas al rango de Belcebú, dijo:
—Vuestra
Recta Reverencia, permitidme que os demande vuestra autorizada opinión acerca de
cierta “inevitabilidad” que aparece en la línea de nuestra trayectoria y que
habrá de impedir que prosigamos nuestra suave caída por la ruta más breve.
El
hecho es que si continuamos el rumbo trazado, nuestra nave, dentro de dos “Kilprenos”,[2] deberá pasar por el sistema solar “Vuanik”.
Pero
precisamente por el mismo sitio por donde debe pasar nuestra nave, también
habrá de pasar, más o menos un “Kilpreno” antes, el gran cometa perteneciente a
ese sistema solar conocido con el nombre de “Salcoor” o, como suele llamárselo
a veces, “El Impetuoso”.
De
modo que si proseguimos por la ruta dispuesta, tendremos que atravesar
inevitablemente el mismo espacio por donde habrá de pasar este cometa.
Su
Recta Reverencia sabe que este impetuoso cometa siempre deja en su estela una
gran cantidad de “Ziinotrago”[3] que
al penetrar en el cuerpo planetario de los seres desorganiza la mayor parte de
sus funciones mientras no se volatiliza completamente.
En
un principio pensé, —continuó el capitán—, eludir la acción del “Ziinotrago”
haciendo describir a la nave un círculo alrededor de esta esfera; pero para
ello hubiera sido necesario dar un largo rodeo que habría alargado forzosa y
considerablemente el tiempo de nuestro viaje. Sin embargo, por otro lado,
esperar que el “Ziinotrago” se disipe hubiera requerido todavía más tiempo.
En
vista de la difícil disyuntiva que se presenta ante nosotros, no he podido
decidirme por mí mismo, por lo cual me he atrevido a molestaros, Recta
Reverencia, para solicitar vuestro competente consejo.
Una
vez que el capitán hubo terminado su exposición, Belcebú meditó durante algunos
instantes, para luego contestar lo siguiente:
—Realmente,
querido capitán, no sé qué aconsejarle. ¡Ah, sí!... en aquel sistema solar en
el que debí vivir durante tanto tiempo, existe un planeta que se llama Tierra.
Vivían entonces en ese planeta —y siguen viviendo todavía— ciertos seres
tricentrados sumamente extraños. Y entre los seres pertenecientes a un
continente de aquel planeta de nombre “Asia”, nació y vivió un ser tricerebrado
muy sabio a quien le daban los demás el nombre de Mullah Nassr Eddin.
Para
todas y cada una de las peculiares situaciones, grandes y pequeñas, que se
presentaban en la existencia de los seres que allí habitan —siguió diciendo
Belcebú—, tenía este sabio terrestre Mullah Nassr Eddin un profundo y adecuado
aforismo.
Como
todos sus aforismos estaban saturados del sentido de la verdad para la
existencia terrena, yo también me serví siempre de ellos para guiarme en aquel
lugar, a fin de armonizar mi existencia con la de los demás seres que habitaban
el planeta.
Y
en este caso también, mi querido Capitán, pienso servirme de uno de sus
prudentes principios.
Probablemente
hubiera dicho este gran hombre en una situación semejante a la nuestra:
“No
puedes saltar sobre tus rodillas y es absurdo que trates de besar tu propio
codo”.
Hago
mías estas palabras y lo mismo le digo a usted, agregando además lo siguiente:
No hay nada que hacer; cuando nos sale al paso un contratiempo procedente de
fuerzas infinitamente mayores que las nuestras, debemos someternos.
El
único problema consiste entonces en la elección de una de las dos alternativas
que usted ha mencionado, es decir, esperar en alguna parte o alargar el viaje
dando un “rodeo”.
Según
dice, el rodeo habrá de prolongar nuestro viaje, pero la espera habrá de
prolongarlo todavía más.
Pues
bien, mi querido Capitán. Supongamos que haciendo ese rodeo ahorremos algún
tiempo; ¿qué cree usted: compensará esa pequeña diferencia de tiempo el
desgaste y las averías que pueda sufrir nuestra nave al recorrer ese trayecto
adicional?
Si
el rodeo puede involucrar el más mínimo perjuicio para nuestra nave, entonces,
a mi entender, sería preferible optar por la segunda alternativa, esto es,
detenernos en cualquier parte hasta que se disipe ese nocivo gas “Ziinotrago”.
Habríamos ahorrado, de este modo, un daño inútil a nuestra nave.
Además,
podremos tratar de llenar este período de imprevisto retraso con algo útil para
todos nosotros.
Por
mi parte, me produciría sumo placer conversar con usted acerca de las naves contemporáneas
en general y de la nuestra en particular.
Durante
mi prolongada ausencia fuera de estos territorios, se han hecho y se han
descubierto muchísimas cosas nuevas de las cuales nada sé.
En
mis tiempos, por ejemplo, estas espaciosas naves espaciales eran tan
complicadas y embarazosas que el mero transporte de los materiales necesarios
para producir su movimiento requería la mitad de su potencia.
Sin
embargo, estas naves contemporáneas, por su simplicidad y su libertad, no
parecen sino otras tantas materializaciones del bendito “Stokimo”.
Tal
es la simplicidad para con los seres que en ellas se trasladan y tal la
libertad con respecto a todas las manifestaciones del ser, que uno se olvida
por momentos, de que no se halla en un planeta.
De
modo pues, mi querido Capitán, que me gustaría sobremanera saber cómo llegó a materializarse
esta merced para la traslación espacial, así como la forma en que funcionan estas
máquinas.
Pero
antes vaya y haga todo lo necesario para detener la nave. Luego, cuando esté completamente
libre, venga nuevamente a verme y entonces podremos pasar el tiempo de nuestra
inevitable espera en una conversación útil para todos.
Una
vez que el capitán se hubo rearado, Hassein se puso en pie de un salto,
repentinamente, y comenzó a bailar y aplaudir, mientras gritaba:
—¡Oh,
qué contento estoy, qué contento estoy, qué contento estoy! Belcebú miró con
ojos complacidos estas eufóricas manifestaciones de su favorito, pero el viejo
Ahoon no pudo contenerse y, sacudiendo la cabeza con aire de reproche, le dijo
al chico severamente que era un “egoísta en potencia”.
Oyendo
lo que Ahoon le había dicho, Hassein se detuvo frente a él y, lanzándole una
mirada torva, le respondió:
—No
te enojes conmigo, viejo Ahoon. No es por egoísmo por lo que estoy contento,
sino tan sólo por la coincidencia de circunstancias fortuitas que se han aunado
para hacerme feliz. ¿No escuchaste acaso? Mi querido abuelo no sólo ha decidido
que nos detengamos, sino que también prometió hablar con el Capitán...
¿Y
no sabes, acaso, que las conversaciones de mi amado abuelo suponen siempre la descripción
de los lugares en que ha estado y una deliciosa exposición de verdades que siempre
terminan enriqueciendo nuestro espíritu?
¿Dónde
está, pues, el egoísmo? ¿No ha decidido él mismo, por su propia y libre
voluntad, y una vez sopesadas por su prudente razón todas las circunstancias
involucradas en este imprevisto suceso, detener nuestra marcha, detención que,
evidentemente, no perjudica demasiado los planes trazados de antemano?
A
mi entender, mi bienamado abuelo no tiene por qué apresurarse; en el Karnak
no le falta nada para hallarse y descansar a gusto; además, no
está rodeado más que por seres que lo admiran y lo aman y a quienes él, a su
vez, también aprecia.
¿No
recuerdas acaso lo que hace bien poco acaba de decir? ¡No debemos resistirnos a
fuerzas superiores a las nuestras! ¿Y no recuerdas que agregó, además, que no
sólo no debemos oponernos a ellas, sino que debemos incluso, someternos y
recibir todas sus consecuencias con respeto, sin dejar un momento de alabar y
glorificar las acciones maravillosas y providenciales de Nuestro Señor el
Creador?
La
fuente de mi alegría no es el percance que nos ha acontecido, sino el hecho de
que, como consecuencia de dicho suceso imprevisible proveniente de las altas
esferas, podremos escuchar una vez más la sabia palabra de mi bienamado abuelo.
¿Es
acaso culpa mía que estas circunstancias fortuitas acierten a ser para mí las
más afortunadas y deseables?
No,
querido Ahoon, no sólo no debieras censurarme, sino que también tendrías que
unirte a mí para expresar las gracias a la fuente de la cual tan beneficiosos
resultados han derivado.
Durante
todo este tiempo, Belcebú había estado escuchando atentamente, con una sonrisa
en sus labios, la charla de su favorito y, una vez que éste hubo concluido, se
expresó de la siguiente manera:
—Tienes
razón, querido Hassein, y te diré, por tener razón, aun antes de que vuelva el capitán,
todo cuanto quieras que te diga.
No
bien escuchó esto, el nieto se precipitó hacia Belcebú y sentándose a sus pies,
le dijo, tras una breve meditación:
—Querido
Abuelo; tanto es lo que me has contado acerca del sistema solar en el que te
tocó pasar tantos años de tu vida, que quizás ya me hallara en condiciones de
proseguir por mí mismo, mediante el auxilio tan sólo de la simple lógica, la
descripción detallada de la naturaleza de ese peculiar rincón de nuestro
Universo.
Pero
me gustaría saber si habitan en esos planetas de aquel sistema solar seres
tricerebrados y si poseen o no, en su interior, “cuerpos eserales” superiores.
Por
favor: querido Abuelo, cuéntame ahora algo acerca de esto, —concluyó Hassein,
al tiempo que miraba bondadosamente a Belcebú.
—Sí
—replicó Belcebú—, también en casi todos los planetas de aquel sistema solar
habitan seres tricerebrados y casi todos ellos encierran cuerpos eserales
superiores.
Los
cuerpos eserales superiores, o almas, como se los llama en algunos de los
planetas de aquel sistema solar, se presentan en los seres tricerebrados que
habitan en todos los planetas salvo aquellos situados a tal distancia que las
emanaciones de nuestro “Más Sagrado Absoluto Solar” pierden gradualmente, antes
de alcanzarlos —debido a los repetidos desvíos— la plenitud de su fuerza, hasta
carecer por completo, finalmente, de todo poder vivificante capaz de producir
cuerpos de existencia superior.
Por
cierto, querido nieto, que en cada planeta separado de aquel sistema solar
también los cuerpos planetarios de los seres tricerebrados se hallan
recubiertos con una forma exterior conforme a la naturaleza de cada planeta
particular, hallándose adaptados en todos sus detalles al medio circundante.
En
aquel planeta, por ejemplo, en que se nos ordenó vivir a todos los exiliados,
es decir, el planeta Marte, los seres tricerebrados se hallan recubiertos de
cuerpos planetarios de una forma —¿cómo podría decirte?—, una forma semejante a
un “karoona”, es decir, que tienen un tronco largo y ancho, abundantemente
provisto de grasa, y cabezas dotadas de enormes ojos brillantes y salientes. En
la espalda de este enorme “cuerpo planetario” poseen dos grandes alas y en el
extremo inferior dos pies comparativamente pequeños provistos de zarpas sumamente
fuertes.
Casi
la totalidad de las fuerzas de este enorme “cuerpo planetario” ha sido adaptada
por la naturaleza a la generación de energía para los ojos y las alas.
Resultado
de ello es que los seres tricerebrados que viven en este planeta pueden ver perfectamente
en cualquier parte, cualquiera sea el grado de “Kal-dazakh-tee”, y también pueden
moverse, no sólo por la superficie del planeta, sino también a través de su
atmósfera y algunos de ellos, incluso, más allá de los límites de dicha
atmósfera.
Los
seres tricerebrados que habitan otro planeta, algo más abajo de Marte, se
hallan cubiertos, debido al intenso frío que allí reina, de una lana espesa y
suave.
La
forma exterior de estos seres tricentrados es semejante a la de un “Toosook”,
esto es, semejante a una especie de “esfera doble”, estando destinada la
superior a contener los órganos principales de todo el cuerpo planetario, y la
otra, la inferior, los órganos para la transformación de los alimentos eserales
primarios y secundarios.
En
la esfera superior se observan tres aberturas que se abren hacia afuera, dos de
ellas sirven para la vista y la tercera para el oído.
La
otra, la esfera inferior, sólo presenta dos orificios: el anterior sirve para
recibir los alimentos eserales primarios y secundarios, y el otro, situado en la
parte posterior, para la eliminación de las materias de desecho contenidas en
el organismo.
La
esfera inferior posee además dos pies nervudos sumamente fuertes y en cada uno
de ellos existe un apéndice que utilizan en la misma forma en que nosotros
usamos los dedos.
Existe
todavía, querido nieto, otro planeta sumamente pequeño, conocido por el nombre
de Luna en aquel sistema solar.
En
ciertos puntos de su trayectoria este pequeño y peculiar planeta solía
acercarse considerablemente a nuestro planeta Marte y a veces, durante “Kilprenos”
enteros me pasaba observando a través de mi “Teskooano”,[4] desde mi observatorio, el proceso de la
existencia de los seres tricerebrados que lo habitan.
Si
bien los seres que habitan este planeta están dotados de cuerpos planetarios
sumamente frágiles tienen, en cambio, un “espíritu” sumamente fuerte, debido a
lo cual todos ellos poseen una extraordinaria perseverancia y capacidad de
trabajo.
Por
su forma exterior se asemejan a lo que podría llamarse “hormigas gigantes” y
como éstas, andan siempre de un lado para otro, trabajando tanto en la
superficie del planeta como dentro del mismo.
Los
resultados de esta incesante actividad se han hecho ya visibles.
Cierta
vez acerté a observar que durante dos de nuestros años habían realizado “túneles”,
por así decir, a través de todo el planeta.
Se
habían visto forzados a realizar esta tarea debido a las condiciones climáticas
anormales del lugar; tal anomalía obedece al hecho de que dicho planeta se
formó en forma inesperada, por lo que la regulación de su armonía climática no
había sido prevista de antemano por las Potencias Superiores.
El
clima de este planeta es “loco”, y por su extrema variabilidad podría dar
puntos de ventaja a las mujeres más histéricas que habitan otro de los planetas
pertenecientes a ese mismo sistema solar, del cual también habré de hablarte a
su tiempo.
Caen
a veces tales heladas en esta “luna”, que todo absolutamente se congela,
haciéndose imposible para los habitantes la respiración en la atmósfera
abierta; luego, de pronto, hace tanto calor que, en un santiamén, podría
cocerse un huevo puesto en contacto con la atmósfera.
Sólo
durante dos breves períodos, es decir, antes y después de una revolución
completa en torno a su vecino —otro planeta próximo— el tiempo es en aquel
planeta tan glorioso que durante varias rotaciones todo el planeta florece y
produce diversos productos capaces de proveerles de los alimentos eserales
primarios necesarios para su subsistencia en este peculiar reino espacial.
Muy
próximo a este pequeño planeta se halla otro más grande, llamado Tierra, que en
ciertas ocasiones suele aproximarse también, excepcionalmente, a Marte.
La Luna
de que antes te hablé no es sino una parte de este planeta Tierra, el cual debe
mantener constantemente, en la actualidad, la existencia de la Luna.
También
en la Tierra
habitan seres tricerebrados; y también ellos reúnen todos los datos necesarios
para encerrar cuerpos eserales superiores.
Pero
por la “fuerza de espíritu” no pueden ni compararse con los seres que habitan
el pequeño planeta antes mencionado. El aspecto exterior de estos seres
tricerebrados residentes en la
Tierra, se asemeja considerablemente al nuestro; sólo que, en
primer término, su piel es algo más delgada que la nuestra; y, en segundo
lugar, no tienen cola y sus cabezas carecen de cuernos. Lo peor de todo son sus
pies, quiero decir, que no tienen cascos; cierto es que para protegerse de las
influencias externas han inventado para su uso personal lo que llaman “zapatos”;
pero tal invento no les sirve de mucho.
Fuera
de lo imperfecto de su forma exterior, su Razón es también absolutamente “única
y extraña”.
Su
“Razón eseral”, debido a muchas causas acerca de las cuales habré de hablarte a
su tiempo, ha degenerado paulatinamente y en la actualidad es muy, pero muy
extraña y en extremo peculiar.
Belcebú
hubiera dicho mucho más todavía, pero en ese momento volvió el capitán de la
nave, por lo cual, después de prometerle al niño que le hablaría de los seres
del planeta Tierra en otra oportunidad, comenzó a conversar con el capitán.
En
primer término, Belcebú le pidió al capitán que le contase quién era, cuánto
tiempo hacía que era capitán, y si le gustaba su trabajo, requiriéndole a
continuación que le explicara algunos detalles de las naves cósmicas contemporáneas.
Entonces
tomó la palabra el capitán:
—Su
Recta Reverencia; no bien alcancé la edad de la existencia responsable, fui
destinado por mi padre a esta carrera, al servicio de nuestro INMORTAL CREADOR.
Habiendo
comenzado por los cargos inferiores en la navegación espacial, se me permitió
en época reciente desempeñar el puesto de capitán y en la actualidad hace ocho
años que me dedico a ello a bordo de las naves espaciales.
Mi
último puesto, es decir, el de capitán de la nave Karnak
lo ocupé, en rigor, como sucesor de mi padre, en ocasión en que
éste, después de largos años de irreprochable labor al servicio de SU ETERNIDAD
en su carácter de capitán desde casi el principio mismo de la creación del
mundo, me considerado digno de desempeñar el cargo de Gobernador del sistema
solar “Kalman”, siendo designado a tal efecto.
En
resumen —siguió diciendo el capitán—, me inicié con este servicio precisamente
cuando su Recta Reverencia partía para el lugar de su exilio.
Entonces
apenas era poco más que un “carbonero” a bordo de las naves espaciales de la época.
Sí...,
ya ha pasado mucho, mucho tiempo de eso. Todas las cosas han cambiado desde entonces;
sólo nuestro SEÑOR Y SOBERANO ha permanecido inalterable. ¡Sean las bendiciones
de “Amenzano” con SU INALTERABILIDAD por toda la Eternidad!
Vos,
Recta Reverencia, habéis condescendido a señalar con toda justicia que las
primeras naves eran sumamente incómodas y embarazosas.
Sí;
eran entonces, a decir verdad, extremadamente complicadas y difíciles de
manejar. Yo también las recuerdo perfectamente. Existe una enorme diferencia
entre las naves de aquella época y las de ahora.
En
nuestra juventud, todas estas naves, tanto las usadas para la comunicación
interior de los sistemas como las utilizadas para la comunicación interplanetaria,
se movían todavía mediante la propulsión de la sustancia cósmica “Elekilpomagtistzen”,
la cual es un todo compuesto de dos partes separadas del omnipresente
Okidanokh.
Y
era precisamente para obtener este todo para lo que se requerían tantos
materiales a bordo de las primeras naves.
Sin
embargo, aquellas naves no siguieron usándose durante mucho tiempo después que abandonasteis
estos lugares, sino que poco después fueron reemplazadas por las naves del sistema
de San Venoma.
Capítulo
3 de RELATOS DE BELCEBÚ A SU NIETO
NOTAS
2. La palabra Kilpreno significa,
en el lenguaje de Belcebú, cierto espacio de tiempo aproximadamente igual a la
duración del fluir cronológico que denominamos una “hora”.
3. La palabra Ziinotrago es el
nombre de un gas parecido a lo que nosotros llamamos “ácido cianhídrico”.
4. Teskooano significa “telescopio”.
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