Despertar es el potencial propio en todos los seres y la gnosis es la única llave para atravesar la puerta a la liberación que el Demiurgo y sus arcontes mantienen cerrada a través de los agregados activos y reactivos que esclavizan el Espíritu.

El movimiento continuo


G. I. GURDJIEFF

—¡Espere, espere! —dijo Belcebú, interrumpiendo al capitán—. Esto que acaba de contarme no debe ser otra cosa, con seguridad, que la idea llamada por los extraños seres tricerebrados de corta vida que habitan el planeta Tierra, «movimiento continuo», por cuya culpa en cierta época, «enloqueció» —como ellos dicen— un gran número de terráqueos, llegando incluso, muchos de ellos, a morir.
Sucedió cierta vez en aquel malhadado planeta que a alguien, en una u otra forma, se le ocurrió la «descabellada idea» —como ellos dicen— de que podría construir un «mecanismo» capaz de funcionar perpetuamente sin consumir materiales del exterior.
Tanto cautivó esta idea a la fantasía de la gente, que la mayoría de los curiosos habitantes de aquel peculiar planeta comenzó a pensar en la forma de llevar a cabo en la práctica este aparente milagro.
¡Cuántos pagaron esta efímera idea con todo el bienestar material y espiritual que previamente habían adquirido con tantas dificultades!
Por una u otra razón, se hallaban todos ellos completamente decididos a inventar lo que a su juicio era una «cuestión sencillísima».
En los casos en que las circunstancias exteriores lo permitían, gran parte de estos individuos afrontó el invento del «movimiento continuo» careciendo de los datos interiores necesarios para la tarea; otros lo hicieron confiados en sus «conocimientos». Otros en su «suerte», pero la mayoría de ellos se puso a trabajar con ahínco por razón tan sólo de su psicopatía.
En resumen, el invento del «movimiento continuo» se extendió como una «plaga» —como ellos dicen— y no hubo chiflado que no se sintiera obligado a interesarse por la cuestión.
En cierta oportunidad visité una de las ciudades donde se exhibían modelos de todas clases e innumerables cantidades de «descripciones» de «mecanismos» destinados todos ellos a la consecución del «movimiento continuo».
¿Qué no habría allí? ¿Qué máquinas «ingeniosas» y complicadas no vieron mis ojos? En todos y cada uno de aquellos dispositivos, debe haber habido más ideas y «sabihondeces» que en todas las leyes de la creación y de la existencia del mundo.
Advertí entonces que en estos innumerables modelos y diseños de máquinas, predominaba la idea de aprovechar lo que se llama «la fuerza del peso».
Así es cómo ellos explicaban esta idea del aprovechamiento de la «fuerza del peso»: un mecanismo sumamente complicado debía levantar «cierto» peso, el cual tendría luego que caer por ley natural, poniendo en movimiento, por medio de su caída, todo un dispositivo que, al moverse, habría de levantar nuevamente el peso y así continuaría en un círculo sin fin.
El resultado de todo ello fue que varios miles de personas fueron a parar al «manicomio»; otros muchos miles, habiendo convertido esta idea en su sueño dorado y su más cara ambición, o bien terminaron por abandonar incluso las tareas más esenciales para su existencia, o bien comenzaron a realizarlas de tal modo que «más hubiera valido» que no las hicieran en absoluto.
Ignoro cómo habría terminado todo si cierto terráqueo completamente loco, con un pie ya en la sepultura, un «viejo chocho» como los llaman allí, pero que, en una forma u otra, había adquirido previamente cierta autoridad, no hubiera probado mediante ciertos «cálculos», que era absolutamente imposible inventar el «movimiento continuo».
Ahora, después de escuchada su explicación, alcanzo a comprender perfectamente cómo funciona el cilindro del método empleado por el arcángel Haritón. No es sino aquel utópico dispositivo con que tanto habían soñado los infortunados terráqueos.
A decir verdad, bien puede afirmarse que el «cilindro» del arcángel Haritón puede funcionar perpetuamente en medio de una atmósfera dada sin necesidad de consumir material alguno del exterior.
Y puesto que no puede existir un mundo sin planetas y, por lo tanto, sin atmósferas, se deduce entonces, que mientras exista el mundo y, por consiguiente, las atmósferas, el cilindro inventado por el gran arcángel Haritón, habrá de tener siempre ocasión de funcionar.
Ahora bien; se me ocurre una pregunta referente al material de que se compone este cilindro.
Me gustaría en grado sumo, mi querido capitán, que me explicara aproximadamente de qué materiales se compone y cuánto duran éstos», —expresó Belcebú.
A lo cual replicó el capitán de la siguiente manera:
—Si bien el cilindro no dura eternamente, dura muchísimo tiempo.
Su parte principal está hecha de «ámbar» con flejes de platino, mientras que los paneles interiores de las paredes están hechos de «antracita, cobre y marfil» y de un «cemento» muy fuerte y a prueba del (1) «paischakir», (2) «tailonair» y de la (3) «saliakooríapa»[1] e incluso de las radiaciones de las concentraciones cósmicas.
Sin embargo, las demás partes, prosiguió el capitán, «tanto las «palancas» exteriores como las «ruedas dentadas» deben ser renovadas de tiempo en tiempo pues, aunque están hechas del más fuerte metal, el uso prolongado las desgasta.
Y en cuanto a la estructura de la nave misma, ciertamente no puede garantizarse que tenga una existencia muy duradera
El capitán se proponía seguir hablando todavía, pero de pronto retumbó en toda la nave un sonido similar al producido por las vibraciones de las voces menores de una lejana orquesta de instrumentos de viento.
Al tiempo que se disculpaba, el capitán se levantó para retirarse, explicando que seguramente tenía importantes cuestiones que atender, puesto que todos a bordo sabían que se hallaba con su Recta Reverencia y nadie se hubiera atrevido a perturbar los oídos de Su Recta Reverencia por una trivialidad.

Capítulo 6 de RELATOS DE BELCEBÚ A SU NIETO

NOTA

1. (1) El frío, (2) el calor, (3) el agua.

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